Me es difícil resistirme a toda película donde la música ocupe un papel dentro de la trama. Cuando fue estrenada en su día Wild Rose, pasó de largo y no pude subirme a ese tren. Pero mi segunda oportunidad llegó cuando esta cuarentena la descubrí en el catálogo de Prime Video y me animé a verla. Y sin esperarlo, me he encontrado una película indie que brilla y deja huella en el espectador.
Tom Harper (The Aeronauts) dirige esta historia sobre las segundas oportunidades y la lucha por conseguir nuestros sueños. Rose-Lynn Harlan (Jessie Buckley), tiene 23 años, y acaba de salir de la cárcel. Lejos queda para ella el preocuparse de retomar su vida y sus obligaciones. Solo piensa en cumplir su sueño: salir de Glasgow y triunfar como cantante de country. Pero su madre, Marion (Julie Walters), quiere que acepte la realidad y se haga cargo de sus dos hijos pequeños. Cuando un encuentro casual acerca a Rose-Lynn a sus sueños se enfrenta a una difícil decisión: su familia o el estrellato.
Una historia convencional llena de luz
Wild Rose no ofrece nada nuevo que contar, pero sí su forma de narrarlo. De elementos predecibles sale algo maravilloso. Y es en parte gracias a su guión. No es perfecto, pues su primera parte no tiene suficiente fuerza para despegar y va dando tumbos. Pero cuando encuentra su camino, va in crescendo y abriéndose paso. El resultado es un viaje de descubrimiento a través de títulos bien elegidos de la música country, estilo que nace de la vida misma, y encaja notoriamente con la de la protagonista. Y está claro que Jessie Buckley es la principal causante de que la película funcione tan bien, junto a Walters, que forman un tándem increíble como hija y madre.
Ambos personajes están bien definidos. La protagonista es una niña inmadura con la que es difícil empatizar, hasta que empieza a dejar entrever la luz que lleva dentro, y llegamos a conocerla mejor. Ahí es cuando la historia coge fuerza y coge carrerilla, haciendo al espectador vibrar y emocionarse con Rose-Lynn al son de la música de y compañía. Por otro lado tenemos a Walters como la madre dura e implacable por fuera pero de corazón noble, cuyo único deseo es ver estabilizarse a su hija y que se convierta en la madre que sus nietos necesitan. Una interpretación más que convincente.
Podríamos describir Wild Rose en estas palabras: “Tres acordes y la verdad”. Como queda bien definida la música country con esa frase, la película es un disparo al corazón. Una historia con cierta rebeldía, que aporta algo de conciencia social muy a lo british, llena de esperanza y con una magnífica protagonista que nos invita a bailar sin control al ritmo de sus botas vaqueras, dejando en cada paso una magnífica interpretación. Es difícil resistirse a tal encanto, por mucho que sea más de lo mismo.
