Hace un año estaba justo aquí, frente a esta misma hoja en blanco. En su premisa más básica, poca cosa ha cambiado. Sigo sintiendo esa presión que supone tener que escoger esas 10 películas que consigan representar a la perfección lo que el cine ha sido este año. Aunque, realmente, creo que esta lista habla más de mí que del panorama audiovisual en sí. En el fondo no deja de ser mi humilde forma de dar las gracias a aquellos y aquellas que me sorprendieron, emocionaron e inspiraron este 2019. Esto es un homenaje a esas personas que me recuerdan día tras día por qué amo el cine, ya sea creándolo, racionalizándolo o simplemente amándolo conmigo.
(Nota importante, que sé que esto siempre genera mucho debate: entre las 10 mejores películas del 2019 también hay películas del 2018, dado que esta lista se ha creado a partir del estreno en España. No obstante, también he añadido algunas que, aún no haberse estrenado, se han podido ver en festivales)
10. Libro de imágenes de Jean-Luc Godard
La inevitable atracción por lo ilegible, la incomprensible fascinación por resolver un puzzle diseñado exclusivamente para no ser resuelto. Godard como ese artista que, cansado de crear, sólo busca destruir, como si solamente en el caos fuera capaz de encontrar su verdad, su libertad. El director francés orquesta el asesinato del propio lenguaje cinematográfico mientras rinde tributo a aquellos que lo construyeron con el único objetivo de dejar paso a quienes deben tomar el relevo. Godard presenta el cine como un ciclo, donde la vida y la muerte comparten espacio y tiempo. Libro de imágenes es, sin duda, su limbo.
«Igual que el pasado era inmutable, la esperanza debe permanecer inmutable en los que un día, cuando éramos jóvenes, avivamos el fuego de la esperanza»
9. The Golden Glove, Fatih Akin
La clausura de la última edición del Terrormolins fue mucho más que la desagradable y enfermiza provocación que esperábamos. La monstruosidad, la suciedad y la falta de censura como la única vía posible para representar fielmente la naturaleza humana. La belleza como ese objetivo inalcanzable. La intención filosófica ya no es más que un delirio de borracho. El cine, no como entretenimiento, sino como un merecido castigo. Porque ni con todos los ambientadores de pino del mundo seríamos capaces de disimular el inaguantable olor de todas aquellas atrocidades que hicimos. Vomitiva, pero porque no puede ser de otro modo. Porque no hay forma de dar vida a aquello que está podrido.
«La gente no bebe cuando el brilla el Sol»
8. The Lodge, Veronika Franz y Severin Fiala
Recuerdo perfectamente cómo arrastré a todos los que compartían piso conmigo en Sitges a verla, repitiéndoles una y otra vez que había escuchado cosas maravillosas de ella. No decepcionó. Puede que sea la experiencia más angustiosa y enfermiza que he vivido este año (sin olvidar el epiléptico final de Lux Aeterna de Gaspar Noé, por supuesto). La locura y la muerte van de la mano en este febril descenso a ese desconocido e incomprensible mundo entre el sueño y la pesadilla. Un casi monocromático laberinto de espejos donde el raciocinio no tiene lugar, donde es imposible distinguir al objeto del reflejo del reflejo del reflejo. The Lodge es la perfecta ejemplificación de que es posible morir en vida. Para aquellos que olvidaron lo que es perder la respiración en una sala de cine. Tenéis mi análisis completo aquí.
«Arrepiéntete y encontrarás la salvación»
7. Ad Astra, James Gray
Cuesta expresar con palabras lo injusto que me parece que una de las mejores (quizá la mejor) películas de ciencia ficción de la década vaya a ser una de las grandes olvidadas del año. El espacio ya no como objetivo, sino como lienzo donde encontrarnos a nosotros mismos. El intimismo de lo inmenso, la herencia como maldición, el eterno conflicto entre progreso y humanidad. Gray utiliza el género para cuestionarlo, para señalar el sinsentido que supone intentar entender el inabarcable universo cuando no somos capaces ni de entendernos a nosotros mismo. Psicoanálisis en gravedad cero. Sublime.
«¿Qué demonios estoy haciendo aquí?»
6. Midsommar, Ari Aster
La confirmación de Ari Aster como una de las figuras más relevantes del terror contemporáneo. Midsommar es una declaración de intenciones en sí misma, un desafío autoimpuesto sobre cómo construir un filme de género a través de su propia antítesis. ¿Es posible un terror sin oscuridad, un monstruo sin penumbra? Aster nos demuestra que sí, en un descenso a los infiernos tan naturalista como psicodélico, tan coral y carnal que no sería disparatado entenderla como una reinterpretación del tríptico más famoso de El Bosco. La concepción del bien como una simple herencia cultural, nuestra visión de lo pagano como una extensión de una naturaleza colonialista que creíamos extinta. La muerte es color porque sin ella no hay nueva vida. Tan terrorífica como irónica, tan perturbadora como bella.
«Eso fue muy, muy impactante. Pero estoy tratando de mantener la mente abierta. Es cultural, ¿sabes?»
5. Daniel isn’t real, Adam Egypt Mortimer
Aún recuerdo como, junto con dos amigos, entramos a la sala más pequeña del festival de Sitges a las 8 de la mañana para ver Daniel isn’t real. Me atrevería a afirmar que es una de las experiencias más divertidas y estimulantes a la par que arriesgadas que he disfrutado este año. Un inédito cuento sobre la materialización del trauma, sobre cómo un insignificante gesto pasado puede generar abismales tormentas en el presente. Un descarado y alucinógeno efecto mariposa cuyos espectros sólo puede exorcizar el psicoanálisis. La película de Egypt Mortimer es puro amor al cine de género, una obra casi posmoderna que demuestra que se puede construir un nuevo terror sin renegar de aquel que nos enseñó a asustar. Daniel isn’t real es esa película de terror que Freud hubiera imaginado en un mal viaje de LSD. Tenéis mi análisis completo aquí.
«Estoy aquí porque tú estás aquí»
4. Retrato de una mujer en llamas, Céline Sciamma
La última película de Sciamma es, sin lugar a dudas, la mejor historia de amor que el cine nos ha dejado esta década desde la inigualable Call me by your name de Guadagnino. Retrato de una mujer en llamas nos habla de lo complicado que puede llegar a ser diferenciar el amor y el Arte, y de cómo estos conceptos se necesitan mutuamente para mantener su sentido más puro y, a su vez, parecen no poder convivir. Una bellísima oda a las musas, porque la figura de la artista es incomprensible sin ellas. Una cinta sobre cómo la representación, por muy perfecta y meticulosa que sea, jamás podrá superar al objeto. El recuerdo como el lienzo sobre el que se pintará la más bella pintura de todas. La poeta como esa figura condenada a no poder amar jamás, destinada a intentar cristalizar eternamente aquello que, por definición, muere al intentar ser plasmado.