Quinto día, en el cual las presentaciones son innecesarias. Hoy os traigo mis dos películas más esperadas del festival de Sitges y, a su vez, las críticas que más pesadillas me han causado. No perdamos más tiempo.
Lux Aeterna, Gaspar Noé
«Rodar una película es un infierno», nos contaba el director Gaspar Noé antes de empezar la proyección de su nueva pesadilla. Una pesadilla que nos habla del descenso a los infiernos que supone un proceso creativo, de los fantasmas que nacen de la forzada simbiosis del Arte y la industria. Porque para el polémico realizador una obra maestra nace del perfecto equilibrio entre el sacrificio y el milagro. Porque parece casi enfermiza la obsesión del director por trazar paralelismos entre la jerarquía de un rodaje y la de la religión cristiana. Y aún más enfermiza parece esta naturaleza autodestructiva del francés, que parece construir esta compleja metáfora con el único fin de dinamitarla con ese maravilloso título al final de los créditos: «Soy ateo, gracias a Dios».
Parece que Noé filma esta película para decirnos que no cree en ella, que no cree en esa concepción del séptimo arte que plasma en su negativo. El cine de Gaspar como sinónimo de destrucción y no de creación, de sufrimiento y no de placer, de infierno y no de Arte. Todo parece tan aleatorio y a la vez tan premeditado que sólo podría ser el reflejo de la mente de un demente. Porque un hombre cuerdo sería incapaz de encontrar la paz en la literalmente enfermiza estroboscopia. Donde el espectador halla el castigo, el director halla la redención. De hecho, nunca la palabra «castigo» había sido tan representativa del final de una pelíucla, al igual que nunca me había encontrado con compañeros que dijeran que habían decidido dejar de mirar a la pantalla durante los últimos minutos de un filme por miedo a que este les afectara físicamente.
Siento que este texto es una pérdida de tiempo, al igual que lo es intentar racionalizar la visiones alucinógenas de un demente morfinómano. ¿Es posible leer a aquel que no quiere ser leído? ¿Es posible psicoanalizar un ataque de locura? Quizás no, pero me es imposible intentar encontrar una lógica a este inexplicable caos.
«La locura es un cierto placer que sólo el loco conoce», decía John Dryden. ¿Estoy loco?
The Lighthouse, Robert Eggers
Tardaremos mucho tiempo en volver a disfrutar de una propuesta como The Lighthouse. La segunda película del prodigioso director estadounidense no es sólo un casi orgásmico homenaje al terror clásico del expresionismo alemán. Eggers coge prestados estos principios estéticos en un ataque de más que consciente posmodernidad para convertirlos en el centro narrativo de la cinta, para utilizarlos como las piezas de una oníricamente sobrecogedora partida de ajedrez. El blanco y negro como materialización de esa lucha entre la oscuridad y la luz, esos dos elementos ya no tan maniqueístas como lo eran antaño. Porque si en la tiniebla se esconden los monstruos y en la incandescencia se esconde lo incalcanzable, no nos queda más remedio que aceptar que estamos condenados a vivir en el eterno clarobscuro.
Lovecraft, Shakespeare, Poe, Bergman, Murnau… Innumerables son las resonancias artísticas que resuenan contra las paredes de esta bella poesía visual. Un relato de terror tan perfectamente narrado que parece que forme parte de la historia de la literatura universal, como si ese blanco y negro intentara emular el contraste entre el papel y el texto de la mejor novela jamás escrita. Tan singular y a la vez tan íntima que parece un dejà vu de una pesadilla que una vez tuvimos. Todo esto sumado a un maravilloso duelo actoral que parece competir por comprobar quién consigue perder la cordura de la forma más lírica posible. Dafoe está enorme, pero lo de Pattinson es de otro planeta. Jamás podremos estarle lo suficientemente agradecidos por regalarnos uno de los finales más impactantes del cine de terror contemporáneo.
Podríamos cerrar esta crítica diciendo que The Lighthouse es la cinta que Murnau filmaría si alguna vez hubiera fichado por A24. Pero eso sería blasfemar ante un milagro que quizás nunca vuelva a suceder.