El próximo 11 de febrero llega a la cartelera española Licorice Pizza, la nueva película de Paul Thomas Anderson. Para algunos afortunados, hay cines de Zaragoza y Barcelona que tienen la suerte de tener sesiones para emitirla con antelación. Servidor ya la ha visto. ¿Es otro éxito del bueno de Anderson?
Aquellos maravillosos 70
La película sigue la historia de un estudiante del instituto, Gary, un joven que sueña con conquistar el amor de una chica unos años mayor, Alana. A partir de ahí, la película narrará cómo se conocen y pasan el tiempo juntos en el Valle de San Fernando en 1973.
Puro cine de P. T. Anderson
Es curioso cómo, teniendo yo un respeto enorme hacia la figura de cineasta de P. T. Anderson, no lo considero uno de mis directores favoritos. Boogie Nights y Magnolia las considero una obra de arte, y disfruto mucho de Sydney y Embriagado de amor. Ahora, aunque en el resto de sus películas también veo mucho talento, no las veo tan perfectas como las mencionadas, como que les falta fuerza. Licorice Pizza entra dentro de este grupo, me explico…
Lo primero que hay que decir de Licorice Pizza es que la película tiene una dirección magnífica, aquí no hay ninguna pega. Tiene un par de planos secuencias, aparentemente sencillos, pero increíblemente realizados. Cada plano está milimétricamente calculado para querer transmitir exactamente lo que P. T. Anderson quiere.
Si esto se consigue, es también por la buena combinación que tiene con la fotografía, la cual está hecha por el mismo director (y por su compañero Michael Bauman). Ambos aspectos correctamente integrados permiten transmitir al espectador la belleza de Los Ángeles y de sus personajes.
Otro aspecto que me ha sorprendido mucho son sus dos protagonistas, los cuales cargan con todo el peso de la película al ser casi los únicos personajes “importantes” de la película. Ambos, Cooper Hoffman (hijo de Philip Seymour Hoffman) y Alana Haim, se estrenan por la puerta grande. Sin ninguno de los dos tener curriculum en el mundo del cine, nos brindan dos actuaciones humanas, creíbles y brillantes.
¿Dónde está el problema entonces? En su guion, que es más un guion de cortos que acaban agrupados que no un guion de película per se.
Digamos que, al empezar la película, se te presenta a los dos protagonistas (Gary y Alana), una situación (Gary, con 15 años, está enamorado de Alana, la cual tiene 25) y una pregunta (¿qué ocurrirá entre ellos?). Hasta aquí todo bien, es más, mucho mejor que bien, sus primeros 20-30 minutos me parecen brillantes. Pero entonces algo cambia: su estructura.
De repente, al acabar su introducción, la película deja de tener la clásica estructura de “inicio – nudo – desenlace” para optar por una sucesión de momentos, gags o como prefiera llamarse en la que cada una es más alocada que la anterior (y a su vez, con menos sentido e interés).
En ellas es donde vemos a los actores Sean Pean (tanto su historia, como su actuación, como su personaje es una cosa horrorosa. En esta “trama” vemos a un actor mayor con problemas con el alcohol muy histriónico que intenta ligarse a Alana. No vale nada), Bradley Cooper (en este “capítulo”, Alana y Gary viven una aventura con Jon Peters. Por divertida que pueda ser a momentos, no aporta nada a la historia) o Benny Safdie (“episodio” de la película en la que Alana se ve involucrada en la historia política y personal del político Joel Wachs. Interesante, pero carente de peso argumental).
Con todos estos momentos (inconexos entre ellos), la película va pasando sus minutos de metraje hasta llegar a un final precipitado, seco y poco emotivo.
Con todo ello, hay que hacer mención especial a su selección musical. Dejando de lado sus pros y sus contras, toda la película es acompañada de grandes canciones de los 70, con lo que el viaje de estos protagonistas se hace más ameno gracias al ritmo de artistas enormes como Bowie, Sonny & Cher o The Doors.
Conclusión
Sin ser un desastre, Licorice Pizza no consigue ser un buen trabajo de P. T. Anderson (digamos que es de los más flojos). Con un inicio brillante, unos buenos protagonistas y un gran apartado técnico, Licorice Pizza se estanca en su narración, donde vemos como el director y guionista quiere narrarnos diferentes momentos de una década, pero sin tener claro cómo hacerlo. Habrá a quien aun así le encantará y entrará en el juego. A mí se me queda en un “quiero y no puedo”.