Una de las primeras películas vistas en 2021 (pero empezada en 2020, de esas cosas que pasan a veces) es La madre del blues, que ha sido vendida sobre todo por ser el último trabajo de Chadwick Boseman, fallecido el año pasado. Se trata de la adaptación cinematográfica de la obra de teatro de August Wilson. De modo que el aroma que desprende la película es puramente teatral, y se nota. Por ello, si no sois mucho de este género, ya os aviso que lo más probable es que no empaticéis con el filme.
La madre del blues (Ma Rainey’s Black Bottom) se ambienta en 1927. Ma Rainey (Viola Davis) se encuentra grabando una nueva producción discográfica en un estudio de Chicago, Estados Unidos. La situación se empieza a poner tensa por las diferencias entre la llamada Reina del Blues, su agente y el productor. El control de su música es el motivo del enfrentamiento. Entre ellos, se encuentra el trompetista Levee, quien desea tener mayor protagonismo en la escena musical a través de un toque más contemporáneo en las canciones.
El argumento suena más que interesante, y en sí lo es, si sabes a lo que te enfrentas. Yo empecé a verla sin conocer detalle alguno, y a los pocos minutos noté que tenía que tratarse de la adaptación de una obra teatral. Me recordó mucho a Fences al tratarse de otra obra protagonizada por personajes afroamericanos, cuyos diálogos giran en torno al sufrimiento, tratándose de una denuncia social en todos los aspectos.
En La madre del blues lo importante es el guión. En un mismo escenario sucede toda la trama de la película, algo que puede ser un punto a favor, o jugarle una mala pasada. Dependerá mucho del espectador y si éste consigue empatizar con la historia. Pero juega bastante bien sus cartas, ofreciéndonos grandes diálogos cargados de sufrimiento, tensión y emociones dispares. A pesar de tener una corta duración, no siempre consigue sostenerse, tiene momentos irregulares donde es fácil que la atención del espectador disminuya. Pero en términos generales, es una película muy correcta que despierta sentimientos y reflexiones sobre los innumerables padecimientos que individuos como Levee han sufrido en sus carnes por causa del maldito racismo.
Sobretodo en el apartado musical, que es el que trata la película. Incluso las líneas menos importantes del guión están bañadas en denuncia social hacia la industria, ofreciéndonos momentos verdaderamente notorios. Y todo ello se engrandece más gracias a las magníficas interpretaciones de Chadwick Boseman y Viola Davis. No obstante, se echa en falta más interacción entre sus personajes, personalmente hablando. Aun así, consiguen plasmar de modo excelente las personalidades tan dispares de cada uno de ellos, sus miedos, sus traumas, destacando especialmente Boseman, quien se ha ido por la puerta grande, tristemente.
La madre del blues no es perfecta. Es más, no podría considerarla como la mejor película del año. Es irregular, y puede dejar muy indiferente a un gran número de espectadores. Pero si consigues empatizar con su historia, te encontrarás con un filme cuidado y con dos interpretaciones brillantes que no sorprenderá ver en las nominaciones de los próximos premios importantes. Y lejos de lo que pueda parecer, se trata de una tragedia al más puro estilo shakespiariano con un desenlace sorprendente, violento (emocionalmente) y desgarrador. Solo por eso y por ver a Boseman por última vez ya merece la pena.