Como es bien sabido, Disney está aprovechando al máximo la buena acogida de los live action entre sus fans. Por ello, tendremos tres nuevos este próximo año. Sin embargo, la empresa del ratón ha presentado (en España) en el último trimestre de 2018 un título que ha pasado bastante desapercibido. Hoy os traigo la crítica de Christopher Robin, una historia que nos transportará a nuestra infancia de la mano de Pooh y sus amigos.
Ternura en estado puro
No es la película del año, ya os aviso de antemano. Sin embargo, el ambiente creado para el filme y el mismo aspecto similar a peluches dado a sus entrañables personajes (criticado por algunos), hacen que la historia, sin ser ninguna novedad, consiga cautivar. Al menos, en mi caso.
Si a eso añadimos que sale Ewan McGregor, todo mejora. El actor británico cumple correctamente con su papel, regalándonos momentos muy tiernos junto a Winnie The Pooh, ese osito tontorrón que siempre nos saca una sonrisa.
Un toque diferente
Sin perder la esencia de Disney, la película dirigida por Mark Forster nos adentra en una atmósfera menos colorida de lo habitual, acorde al personaje interpretado por McGregor. Un Christopher Robin adulto que ha olvidado que fue niño. Sin duda, la estética me recordó a Descubriendo Nunca Jamás – del mismo director -, ese ambiente dramático que se entremezcla perfectamente con lo fantástico sin ser un producto demasiado endulzado en su totalidad.
De modo que, sin ser nada innovador, y explicándonos una historia que ya nos resulta familiar, Christopher Robin es un filme cargado de añoranza gracias a un desarrollo interesante de los personajes y, por supuesto, al querido grupo compuesto por Pooh, Tigger, Pigglet y compañía, quienes han formado parte de nuestra infancia. Sorprendentemente, me ha gustado, y la recomiendo.